CADAQUÉS
Ubicación: Cadaqués
es una de las joyas de la Costa Brava que recibe a los visitantes en su cerrada
bahía, al abrigo de las escasas, pero posibles, furias mediterráneas. Situada en
el noroeste de España muy cerca de la frontera con Francia, en la península de
Cabo de Creus y con un puerto natural protegido del viento del norte por una
elevación del terreno de apenas 600 m de altura, se encuentra esta idílica
localidad que posee una especial luminosidad. Caracterizada por empinadas
cuestas calzadas con cantos rodados encajados verticalmente, quizás para
dificultar los múltiples saqueos que ha sufrido a lo largo de su historia,
Cadaqués transmite en seguida una acusada personalidad. La localidad ronda una
población de unos 2.750 habitantes. Presenta una distancia de 75 km hasta
Gerona, y las formas de acceso son a través de automóvil, autobús o barco.
Historia: Quedó
al margen de la actividad comercial de las colonias de la antigüedad, e incluso
de los asentamientos humanos prehistóricos. Y, aunque parece que hubo asentado
un algún núcleo de población hacia el siglo II a.C., es opinión bastante
generalizada que permaneció deshabitado durante siglos, debido probablemente a
los difíciles accesos por mar y por unas tierras del interior por las que, para
la realidad de las distancias de entonces, 15 o 20 km sin asentamiento humano
alguno, significaba aislamiento. Muchas circunstancias han hecho que Cadaqués
pasase de este aislamiento a ser poco menos que referencia inexcusable para
todo viajero. En su momento fue y aún sigue siendo un excelente refugio
marinero, y ello explica su emplazamiento en un lugar poco apropiado para una
población, donde escasean los recursos naturales. Sin embargo es el lugar ideal
para disfrutar de la placidez y el descanso en medio de un paisaje de tierra y
mar simple y equilibrado.
Descripción: El
pueblo es una configuración sumamente exquisita: sus casas de pescadores y
algunas pocas edificadas para residencia de habituales veraneantes, constituyen
el poblado, sumando un elemento más a la belleza del paisaje. El pueblo se
caracteriza por el blanco absoluto de sus casas que contrastan artísticamente
con las oscuras pizarras y las montañas que le sirven de fondo. Así, con mayor
intensidad que en otros lugares de la comarca, se siente plenamente el
contraste de la proximidad del Pirineo: la pizarra, el viento del norte, la
accidentada orografía, todo ello intensificado hoy en día por el efecto
psicológico de saberse a poco más de una hora del pie de las primeras cumbres.
Todo son sorpresas en esta tierra, desde la gastronomía, que enfrenta al reto
de comerse vivos los encarnados cuerpos de los erizos de mar, a la
fantasmagórica vecindad de Portlligat, donde Salvador Dalí y Gala
tuvieron su casa. Desde el punto de vista monumental, en los siglos XIX y XX se
construyeron en torno al caso antiguo numerosos edificios ochocentistas y
modernistas, algunos de estos últimos obra de arquitectos de la talla de
Coderch o Milá. Como elementos arquitectónicos destacables podemos señalar la
Iglesia de Santa María, que constituye un buen exponente del gótico tardío y
del barroco, así como el Museu de Cadaqués o la Casa Museu de Salvador Dalí. De
igual forma, en las inmediaciones de Cadaqués se localiza el Parque Natural del
Cabo de Creus, protegido mediante esa figura legal en cuyo interior se alberga
una buena muestra de la naturaleza litoral de esta zona costera.
Curiosidades: Se
podría crear una biblioteca con todo lo que se ha escrito sobre este ítico
pueblo del Alt Empordà. Josep Pla, conocido periodista y escritor español, le
dedicó un libro titulado sencillamente “Cadaqués”, que por sí solo, es casi un
tratado del espíritu de todo el Empordà. Quizá haya sido la luminosidad lo que
ha creado una imagen poética del lugar, y que aquí es un fenómeno objetivo,
científico y artístico. Las aguas más nombradas en canciones, más elogiadas,
son siempre azules o verdes. Sin embargo, en Cadaqués el mar es gris, y no por
la contaminación, que no existe, es gris porque en la orografía que lo rodea
dominan la pizarra y el olivo, cuyo color oscuro no refleja tanto la luz como
los colores más claros, y por tanto, no difumina los perfiles y contornos de
las cosas, sino que los realza. De ahí que, al ver frente a la bahía multitud
de caballetes plantados, no se está ante un fenómeno de moda ni, en rigor, ante
una consecuencia de la belleza del paisaje, sino ante el temprano
descubrimiento por parte de los pintores de que aquí es posible captar todo lo
visible con una incomparable precisión.
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